A 50 años del Golpe de Estado: la herida abierta de un hecho que divide a Chile

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·       “Es un suceso que impacta la biografía de la mayoría de la población”, explica el Dr. Patricio Saavedra, académico de la Universidad de O’Higgins (UOH).

El próximo 11 de septiembre se cumplirán 50 años del Golpe de Estado de 1973, hecho que marcó la historia de Chile y fue preámbulo de una dictadura militar que se extendió por 17 años, dejando –además- un manto de dolor y divisiones que duran hasta nuestros días.

“Esta fecha representa un suceso traumático, no sólo a nivel histórico, cultural y social, también impacta la biografía de muchas personas. Obviamente, hay un trauma mayor en aquellas biografías -individuales y familiares- donde existieron personas cuyos derechos humanos fueron violados, ya sea a partir de la desaparición forzada, como también en la tortura y persecución política. Entonces, el 11 de septiembre se configura como un hecho que repercute (y seguirá repercutiendo) en la vida de las personas por varias décadas y generaciones”, explica Patricio Saavedra.

Por otro parte, Saavedra apunta a que el 11 de septiembre debe ser considerado como un punto de inflexión que marca el inicio de una cadena de sucesos traumáticos a nivel colectivo tras el cual la dinámica social y política que llevaba el país se vio truncada: “se interrumpe la democracia, se genera una persecución política que incluye tortura, en distintos grados de intensidad durante 17 años; eso -obviamente- marca la historia, marca a generaciones de personas y cómo éstas ven el mundo, cómo lo interpretan y cómo también la institucionalidad se configura hasta nuestros días”.

“El 11 de septiembre demarca así el inicio de un legado trágico para el país”, señala el académico. “Es una grieta que persiste, subterránea. Si bien se construyen nuevas generaciones y la sociedad avanza, esa grieta permanece. De hecho, más que grieta es una herida abierta y cualquier circunstancia que te lleve a recordar o conmemorar lo ocurrido puede ser la causa de divisiones y conflictos profundos entre personas que pertenecen a distintas comunidades o grupos políticos”, puntualiza el experto.

Saavedra explica que, cada sociedad vive los procesos de memoria y reparación tras un conflicto de manera distinta, por lo que no se podría hablar de una “normalidad o estándar” para procesar los traumas y duelos colectivos. También, agrega que, como lo plantea el sociólogo y escritor Manuel Guerrero, es necesario considerar que el 11 de septiembre constituye “el punto de partida de una masacre de parte del Estado contra la gran mayoría de la población que se encontraba indefensa. No sólo establece el punto de quiebre de una tradición democrática, sino que también marcaría el inicio del exterminio indiscriminado de personas por motivos políticos por parte de agentes del Estado que en muchas ocasiones actuaron con la complicidad de sectores de la población civil”.

“Lo que impide que la herida cierre y que también facilita que salgan a la luz todos estos conflictos y la violencia en distintas formas, es justamente eso, es recordar, cómo el Estado que se suponía debía cuidar y promover el desarrollo de los individuos, de las personas, atenta contra la integridad física, psíquica y moral de ellas”, detalla el Psicólogo.

Sobre la posibilidad de que el golpe de Estado de 1973 deje de ser tema nacional y un sinónimo de división, Saavedra es tajante: “yo creo que no, lo peor que puede pasar es que deje de ser tema en la sociedad, que deje de ser algo que conmemorar. Sería negativo. Conmemoraciones de hechos trascendentales como éste involucran mantener activa la memoria histórica del país, respetar el sufrimiento de miles de personas que fueron víctimas de tortura, la desaparición de sus familiares o persecución política. De la misma manera, recordar posibilita que las nuevas generaciones comprendan el valor intrínseco de la democracia y lo que en la práctica debe implicar respeto irrestricto a los derechos humanos”.

¿Qué tiene de diferente esta conmemoración?

“En primer lugar, el que sean 50 años implica necesariamente que muchas de las personas que vivieron los sucesos desencadenados a partir del 11 de septiembre ya no están. Por tanto, muchos de los que participarán de esta conmemoración traerán a la palestra la interpretación de los hechos y vivencias que heredaron de sus padres y abuelos.

También, es importante recalcar que el paso del tiempo permite reflexionar con mayor profundidad no solo lo que pasó el mismo 11 de septiembre y con posterioridad a él, sino que también sobre las condiciones políticas e institucionales que configuraron el escenario previo a estos hechos. En esa línea, tal como lo han remarcado diversos analistas y, en cierto grado, hasta el mismo Presidente de la República, la lejanía con los hechos permite reflexionar abiertamente sobre tres temas cruciales asociados a esta fecha. A saber, el fracaso del proyecto político de la Unidad Popular, la desromantización de algunos protagonistas políticos de la época, así como también sobre las causas y responsables de la polarización política previa al 11 de septiembre y la instauración de la dictadura militar en nuestro país.

En un plano más global, esta conmemoración se ubica en un contexto donde la polarización, entendida como la prevalencia de los extremos y la eliminación del disenso, se ha tomado el escenario político y la vida pública dejando escaso margen para el diálogo asumido como el intercambio y el respeto de las diferencias. Así, paradójicamente, la conmemoración y reflexión en torno a los 50 años del quiebre de la democracia, llega en un momento político donde la esencia de la democracia (el disenso) se encuentra en peligro”.

¿Qué se debe hacer para avanzar a un entendimiento?

“Debemos focalizarnos en el resguardo de la memoria. A pesar de las últimas polémicas, este gobierno ha acertado en mantener el foco en la memoria y cómo nos ayuda a entender el presente y el futuro. La memoria nunca debe pasar a segundo plano, es más, la memoria histórica es vital para la proyección de las sociedades en el presente y el futuro. En consecuencia, la memoria histórica de nuestra sociedad debe ser promovida y traspasada a las futuras generaciones, a través de las instituciones del Estado, las organizaciones civiles y las comunidades.

En este sentido, vale la pena resaltar que las universidades (públicas y privadas) juegan un rol fundamental en la promoción de la memoria histórica del país, en tanto facilitadoras de instancias de diálogo y reflexión sobre el 11 de septiembre, sus causas y consecuencias, así como también en el respeto al disenso que es la esencia de las democracias.

Finalmente, la justicia también debe seguir actuando. Debe dar cuenta y demostrar a la sociedad que aquellos que emplearon el Estado para aterrorizar a la población civil deben ser castigados, independientemente de su situación de salud actual o de cualquier otra circunstancia. Y eso no implica venganza, sino que la búsqueda de una justicia verdadera para las víctimas de violaciones a los derechos, sus familias, y la sociedad en su conjunto”.